La ciudadanía europea como compromiso

Europa es un proyecto solidario. «La Unión fomentará la cohesión económica, social y territorial y la solidaridad entre los Estados miembros» (artículo 3.3 del Tratado de la Unión Europea). «La Unión y los Estados miembros (…) tendrán como objetivo el fomento del empleo, la mejora de las condiciones de vida y de trabajo, a fin de conseguir su equiparación por la vía del progreso, una protección social adecuada, el diálogo social, el desarrollo de los recursos humanos para conseguir un nivel de empleo elevado y duradero y la lucha contra las exclusiones (artículo 151.1 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea»).
No lo digo yo, lo dicen los textos fundamentales de la Unión Europea. Se hace preciso actualmente reproducirlos en su literalidad porque de otra forma la pretensión de que la Unión Europea es un instrumento para la justicia, la solidaridad y el progreso de todos, incluidos los trabajadores, podría sonar a sarcasmo. No lo es en absoluto, la Unión Europea es un espacio en el que las políticas han de estar orientadas a conseguir una sociedad más justa, rica y solidaria. Para eso se creó la Unión y los ciudadanos tenemos la obligación de reivindicar la vuelta a sus valores fundacionales.
Esta no es una reivindicación que ha de realizarse en abstracto, sino que se concreta en el diálogo con las formaciones políticas que nos representan tanto en los parlamentos nacionales como en el Parlamento Europeo, porque son dichas formaciones políticas las que ejercen el enorme poder del que goza una organización como la Unión Europea. A través de ellas todos tenemos la capacidad de incidir en el funcionamiento de uno de los escasos agentes públicos que realmente influyen en el mundo global. La Unión no es una entidad secreta que gestiona oscuros poderes, sino una organización basada en principios democráticos que es gobernada por personas designadas directa o indirectamente por los ciudadanos, de ahí nuestra responsabilidad.
La Unión Europea es un instrumento para la participación de los ciudadanos europeos en el gobierno de la sociedad y de la economía. La integración económica mundial que se acrecienta desde hace veinte años ha sido causa de la disociación entre el ámbito de las relaciones económicas y sociales (todo el planeta) y el poder público. Ante la ausencia de un gobierno mundial, solamente los Estados y organizaciones internacionales tienen la capacidad de dotarnos de un gobierno democrático; y entre estas organizaciones la Unión Europea juega un papel destacado, siendo la primera economía del mundo y un actor que no puede ser obviado en la regulación de la globalización. A través de ella los ciudadanos europeos podemos alzar nuestra voz en relación a los problemas y desafíos de la sociedad del siglo XXI. Es por esto que Europa ha de ser vista no solamente como un proyecto para los europeos, sino también como un agente en un mundo que ya ha alcanzado la integración económica y en la que todas las sociedades, países y economías se encuentran estrechamente vinculados.
Es preciso, por tanto, que asumamos la responsabilidad que supone ejercer la ciudadanía europea y que nos demos cuenta de las posibilidades que nos ofrece. Frente a las dificultades que plantea la globalización, nuestra condición de ciudadanos nos dota de herramientas para conseguir un mundo más justo, solidario y sostenible.

No todos comparten este planteamiento, sin embargo. Ante los desafíos que plantea la globalización la tentación de encerrarse en sí mismo, aislarse y pensar que en pequeñas comunidades será más fácil hallar soluciones a los problemas que nos afectan parece haber calado en algunos sectores. El nacionalismo ha vuelto y hay que reconocer que ha vuelto con fuerza. En algunos países, como en Francia, unido a planteamientos xenófobos y a la propuesta explícita de destruir la UE. En otros en forma de tensiones secesionistas que conducirían al aislamiento y a la formación de pequeños Estados sin capacidad real de contribuir a la regulación de la globalización.
No es una disyuntiva baladí. Quienes optan por defender el aislamiento y alaban las virtudes de los países pequeños frecuentemente ponen como ejemplos de prosperidad aquellos que la consiguen a base de extraer recursos de otros en la jungla global. Frente a la responsabilidad por construir un mundo más justo para todos, la ilusión de pensar que se podrá prosperar a cargo de la pobreza de otros en un mundo en el que todos dependemos de todos.
Me uno a aquellos que rechazan este aislamiento y optan por ejercer con responsabilidad nuestra condición de ciudadanos europeos. Frente al «sálvese quien pueda» reivindico que solamente podremos conseguir un mundo más justo para nuestros hijos y nietos si permanecemos juntos, si no renunciamos al proyecto europeo.
Es por esto que me siento orgulloso de formar parte de Sociedad Civil Catalana, una entidad que lucha por que los catalanes sigamos siendo parte de ese proyecto solidario que es Europa; y agradezco que este esfuerzo haya sido reconocido con la concesión de un premio que se identifica plenamente con el espíritu que nos une: el premio ciudadano europeo que concede el Parlamento Europeo y que será entregado en la sede del Parlamento el martes 25.


RAFAEL ARENAS GARCÍA ES MIEMBRO DE LA JUNTA DIRECTIVA DE SOCIEDAD CIVIL CATALANA Y CATEDRÁTICO DE DERECHO DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA


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