lunes, 10 de julio de 2017

Nacionalismo, democracia y referéndum

Cuando se habla del adoctrinamiento nacionalista en la escuela catalana a veces la réplica es que de haber realmente dicho adoctrinamiento los catalanes a favor de la independencia serían muchos más de los que son.
De que existe adoctrinamiento, por desgracia, no hay excesivas dudas. Dejo un vídeo que recoge algunos ejemplos, pero hay más evidencias (algunas pueden consultarse en los dos informes sobre déficits de calidad democrática elaborados por Societat Civil Catalana y que pueden consultarse aquí y aquí).


Y a la observación de que cómo es posible que con dicho adoctrinamiento los independentistas no sean mayoría la respuesta es que la tarea nacionalista de reconstrucción de la realidad no se aprecia tanto en el 35, 40 o 45 por ciento de los catalanes que se consideran independentistas, como en el número significativamente mayor que considera que los catalanes podríamos decidir autónomamente constituirnos o no en un Estado independiente. Esto es, por la asunción mayoritaria del denominado "derecho a decidir", que no es otra cosa que el "derecho a la autodeterminación".
Quienes se manifiestan partidarios de este derecho a la autodeterminación asumen que la comunidad política de referencia para todos nosotros es Cataluña y que nuestra participación en otros proyectos políticos (España, la Unión Europea) es circunstancial y, además, decidida por el conjunto de quienes residimos en Cataluña. Es decir, seremos el conjunto de los catalanes los que determinaríamos si nos integramos (o no) en España o si participamos (o no) en el proyecto europeo. Lógicamente, como en toda decisión de este tipo habrá quien esté a favor y quien esté en contra, y según cómo se configure el grupo que decide, el resultado será uno u otro. Para quienes se adscriben al mal denominado "derecho a decidir" ese grupo lo constituyen necesariamente los catalanes, y no los españoles, el conjunto de los europeos, los habitantes de la ciudad de Barcelona o los de la Tabarnia que ahora se pretende crear.
Evidentemente la delimitación del grupo que ha de adoptar una decisión colectiva es determinante; y en el caso de que esa decisión sea la de constituirse en un Estado soberano, más. Si se asume que ese grupo está formado por los catalanes, inevitablemente se está negando que otro grupo diferente, en el que podrían estar integrados también los catalanes, pueda adoptar tal decisión. Todos podemos participar en varios grupos políticos, pero soberano solamente puede ser uno, por eso es tan importante la definición del mismo. Que una mayoría de catalanes asuman que tal grupo es el constituido por el conjunto de los catalanes y no por el conjunto de los españoles es una victoria innegable del nacionalismo catalán y de su eficaz distorsión de la realidad.



Es una distorsión de la realidad porque ahora no es así. El derecho de autodeterminación, la capacidad de actuar como un sujeto político soberano corresponde, de hecho, ahora al conjunto de los españoles, que somos quienes nos hemos dotado de una Constitución, somos un Estado reconocido internacionalmente y que como tal Estado participa en la Unión Europea. Los catalanes constituimos una comunidad política en tanto en cuanto así se establece en la Constitución española y en una Ley española, el Estatuto de Autonomía de Cataluña. Desde un punto de vista internacional, y por mucho que mientan los nacionalistas, tampoco existe reconocimiento político alguno de Cataluña como una comunidad con capacidad de convertirse en una entidad soberana (y que, por tanto, pueda acceder al derecho de autodeterminación). De hecho los catalanes somos un grupo más dentro de un Estado nacional, como pueden serlo los bávaros en Alemania, los bretones en Francia o los habitantes de Florida en Estados Unidos. El pretender que esto, ahora mismo, es de otra forma no entra dentro del debate político, sino del psiquiátrico. Sin embargo, el éxito del nacionalismo es que, de hecho, no pocos dediquen esfuerzos a discutir sobre este extremo. Lo mismo que si lo hiciéramos sobre si la Tierra es redonda o cuadrada.
Otra cosa es que se plantee como una propuesta política. Como es sabido, la Constitución española permite una reforma total de la misma, y, por tanto, también la división de la soberanía, siempre que se haga de acuerdo con los procedimientos establecidos. Ahora bien, sería conveniente realizar dos puntualizaciones.
La primera es que quien puede adoptar la decisión de fraccionar la soberanía es el conjunto de los españoles. Cambiar la situación actual y modificar el sujeto político en el sentido de que las decisiones sobre las fronteras de España ya no sean adoptadas por todos los españoles, sino por una parte de los mismos requiere el acuerdo de todos los titulares de la soberanía.
La segunda puntualización es que una modificación como ésta no es neutra respecto a España. Si el sujeto político soberano es Cataluña, España deja de serlo. Si los catalanes tenemos la capacidad para decidir constituirnos en Estado con independencia del resto de los españoles la naturaleza de España cambia; y eso aunque la decisión sea la de continuar formando parte de España; pero en ese caso ya no lo haríamos como individuos en plano de igualdad con el resto de los españoles; sino que lo haríamos tan solo como catalanes y sobre la base de que la mayoría de los catalanes lo deciden. España habría dejado de ser una nación en el sentido político para convertirse en una especie de confederación, una reunión de territorios en los que los habitantes de cada uno de ellos tan solo se relacionan con los habitantes de los otros territorios a través de la entidad política en la que se integran.
Este sería el resultado de aceptar el denominado "derecho a decidir". No se trata de una opción entre seguir como hasta ahora o la independencia, sino que asumir el referéndum implica, ya en sí, una alteración esencial de la configuración de España. Es por eso que resulta ten enormemente tramposo pretender que el referéndum solamente es una manifestación de la democracia. Al contrario, el referéndum supone, ya en sí, la destrucción del sistema político vigente y su sustitución por el que pretenden los nacionalistas, uno en el que la comunidad política de referencia sea la catalana.



¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Evidentemente por una tarea de décadas en la que los nacionalistas han encontrado aliados que podrían parecer inesperados. La base para esta tarea es la de romper los vínculos simbólicos y sentimentales con el resto de España y acentuar los que se refieren a Cataluña. Me ocupaba de esto hace unos meses y pediría que se reparara, por ejemplo, en las razones que explican la retirada de las banderas españolas de todos los lugares en los que es posible esta retirada y, a la vez, ya no la presencia de esteladas, sino, en ocasiones de banderas de Cataluña aisladas, que refuerzan el mensaje de que nuestra comunidad política es Cataluña, que es en ella donde nos realizamos como individuos y que es con el conjunto de los catalanes que decidimos en qué proyectos políticos más amplios nos integramos (España, la Unión Europea). Alguna de las manifestaciones del federalismo apuntan en esta línea, una línea, que como digo, no es compatible con la Constitución actual ni con el mantenimiento de España como nación (política).



La consecuencia de esta tarea incansable de décadas es la construcción de un imaginario en el que se presenta como natural que seamos los catalanes quienes decidamos nuestro futuro político con total autonomía, sin reparar que esta asunción implica dar por buena precisamente la construcción nacionalista según la cual Cataluña es una entidad separada de España. Ahora se ven los resultados de tanta insistencia en decir "Estado español" en vez de "España"; de minimizar las referencias a los elementos que nos conectan con el resto de los españoles y a presentar una historia falsa que pretende que desde sus orígenes Cataluña fue una entidad separada de España. La proscripción oficial del castellano contribuye también a la construcción de esta identidad que, como digo, en algunos no se traduce en independentismo; pero sí en la interiorización de que el grupo político al que pertenece es el de los catalanes, no el de los españoles.
Por eso el cuestionamiento del referéndum tiene que hacerse afirmando la realidad y bondad ya no de que Cataluña sea parte de España, sino que los catalanes reivindiquemos nuestra condición de españoles en plano de igualdad con el resto de nuestros compatriotas. Desde esta participación en pie de igualdad se construyó la Cataluña rica del siglo XIX y durante el siglo XX los catalanes sufrieron al igual que el resto de los españoles el desastre de la Guerra y de la Postguerra; y con todos los españoles hicieron posible la Transición y la incorporación de España a la UE. Es esto lo que se cuestiona ahora ya no con la propuesta de independencia, sino con la de referéndum.
Sorprende que esta perspectiva se tenga tan poco en cuenta cuando se trata del referéndum de secesión. Con frecuencia se critica por su falta de garantías democráticas o se defiende como un ejercicio democrático. El que tenga o no garantías no altera que supone, como digo, la quiebra de la comunidad política en la que ahora participamos; y además sin dar voz al 84% de los integrantes de dicha comunidad política, el resto de los españoles.
No, el referéndum no es un ejercicio de democracia, tan solo es un ejercicio de nacionalismo, un paso más en la laboriosa tarea de ingeniería social y política que pretende construir un Estado en el territorio de Cataluña. Por eso querer defenderlo desde planteamientos democráticos es tan solo una muestra de ignorancia o de cinismo.

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