miércoles, 20 de marzo de 2013

Chipre, o la concreción de lo inevitable

La desastrosa gestión de la crisis chipriota, con un acuerdo que debe ser rectificado al cabo de unas horas y la potenciación de las dudas y de la inseguridad no es fruto solamente de la torpeza o del egoismo, sino una certeza matemática. El resultado inevitable de un problema estructural de Europa que se viene denunciando desde hace años, pero al que no se le pone remedio y que, quizás, es de imposible solución. El caso de Chipre es especialmente útil para entender el problema, pero mucho me temo que nada cambiará.



El principal problema que tiene la Unión Europea (porque de éste derivan casi todos los demás) es que su estructura de toma de decisiones no responde a la existencia de "algo" que es Europa y que difiere de cada uno de los Estados en concreto e, incluso, de la suma de todos ellos. Si se quiere resumir en una frase podríamos decir que la Unión Europea se ha configurado como instrumento al servicio de los Estados, no de los europeos en su conjunto Esto ya lo mantuvo con sencillez y claridad Manuel Castells hace más de diez años en el volumen 3 de su monumental obra La era de la información y ninguna de las reformas acometidas durante los últimos años del siglo XX y lo que llevamos del XXI (Tratado de Amsterdam, Tratado de Lisboa) ha cambiado esta situación. La UE es una útil palanca para que los Estados puedan mantener su poder en un mundo globalizado, pero no directamente una entidad al servicio de los intereses generales del continente. El interés estatal prima sobre el interés de la Unión (desarrollaba esta idea aquí hace casi cuatro años).
El procedimiento de toma de decisiones en la UE es reflejo de lo que acabo de comentar. La última palabra en todos los asuntos importantes la tiene el Consejo, que es la reunión de los representantes de los diferentes Estados. La decisión sobre Chipre se tomó en el marco del Eurogrupo, al que pertenecen los representantes de los Estados que se encuentran integrados en la zona Euro. Fueron estos representantes quienes pactaron las condiciones del rescate con el Gobierno del país interesado y con el FMI. Es cierto que también la Comisión Europea estaba presente; pero la Comisión (que representa el interés general de la UE) no tiene capacidad real para oponerse a las decisiones que tomen los representantes de los Estados. De esta forma, los acuerdos que afectan al conjunto de Europa son adoptados por los representantes de los países. Y estos representantes, cuando acuden a las reuniones del Eurogrupo o del Consejo, no pretenden resolver los problemas generales de Europa, sino los concretos de sus países. En la negociación cada uno pretende solucionar sus propios quebraderos de cabeza. Esto hace que los intereses generales de Europa queden desatendidos; pero, además, y como hemos visto en la crisis chipriota, este desatender los problemas generales de Europa puede implicar un perjuicio también a los intereses concretos de cada país. Lo que puede resultar paradógico pese a su evidencia.
Probablemente la causa de esta paradoja está en que realmente Europa existe. Es decir, existe una realidad económica y social que supera a la suma de los Estados que la componen. Esta realidad tiene su propia dinámica, fruto de una integración sustancial mayor que la que reflejan las estructuras políticas actuales. La existencia de esta realidad implica que las decisiones que se adoptan a partir de criterios puramente egoistas no solamente pueden ser perjudiciales para el interés general, sino para el interés particular de los Estados, que se ven mucho más influidos por esa estructura europea de lo que piensan. Como digo el caso chipriota es un buen ejemplo de ello.



En realidad la última etapa de la crisis chipriota comenzó hace unos meses cuando se eligió al nuevo presidente del Eurogrupo. Como acabo de indicar, el Europgrupo reúne a los representantes de los gobiernos de los países integrados en el Euro y cuenta con un presidente designado por los representantes de estos países que, se supone, ha de organizar los trabajos de este organismo y que, por tanto, ha de representar de alguna forma esos intereses generales, diferenciados de los particulares de cada uno de los Estados miembros. Si el presidente del eurogrupo es una personalidad fuerte y preparada puede ejercer una cierta influencia en las decisiones que adopte el órgano, compensando la lógica intergubernamental que lo caracteriza. Hace unos meses se designó como presidente del Eurogrupo a Jeroen Dijsselbloem. España se opuso a su nombramiento (en realidad se abstuvo) lo que origino no pocas críticas y comentarios sarcásticos acerca de lo mal que se movían los españoles por Europa. Bien, lo cierto es que cualquiera que se mire el curriculum de Dijsselbloem, que se puede consultar en el enlace que pongo dos líneas más arriba, se sorprenderá seguramente de que con ese perfil se sea presidente de una de las instituciones económicas más importantes del Mundo. La jugada es, creo, clara: el ministro alemán de finanzas, Schäuble, buscaba a un candidato que no le pusiera demasiados problemas en las reuniones del Eurogrupo. Alguien de un país en sintonía con Alemania como son los Países Bajos, y con un perfil lo suficientemente bajo como para que pudiera ser fácilmente intimidado. Desde la perspectiva de los intereses particulares de Alemania el nombramiento de Dijsselbloem es una jugada estupenda. No es tan buena noticia desde la perspectiva de los intereses generales de Europa, y por eso creo que estaba más que justificado oponerse a su nombramiento; pero en la lógica intergubernamental que comentamos era natural que Schäuble intentara colocar a alguien débil y próximo en la presidencia del organismo.
Con este Eurogrupo y este presidente del Eurogrupo hay que afrontar la crisis chipriota. Schäuble intenta defender los intereses de Alemania y los suyos particulares. Los de Alemania en el sentido de que la factura del rescate sea lo más baja posible, para lo que los chipriotas tienen que arrimar el hombro y aportar una cantidad importante (entre cinco y siete mil millones de euros. Si tenemos en cuenta que Chipre tiene una población de un millón de habitantes un esfuerzo semejante en españa sería de 200.000 millones de euros, cinco veces más de lo que ha supuesto del rescate bancario de nuestro país). Y, como digo, no solamente protegía los intereses de Alemania sino también los suyos particulares como político en activo. Hay elecciones en Alemania, y los electores de ese país quieren percibir que Alemania es dura, que castiga a los "malos" del sur y que no paga las facturas de las fiestas que se dan otros a su costa. La imagen de los pequeños (y grandes) ahorradores chipriotas viendo esquilmadas sus cuentas puede satisfacer a determinados votantes imbuidos de la idea de que ellos (los alemanes) son los buenos y los malos (los sureños) deben de ser castigados (por qué hayan de ser castigados ya es otro problema de más difícil concreción).



Con estas premisas Schäuble actúa y presiona en la línea que le interesa, aunque no sea la que aconsejarían los intereses generales de Europa. El presidente del Eurogrupo seguramente le deja hacer (no puedo saber si se opuso, pero en cualquier caso si lo hizo no fue con la suficiente contundencia, es evidente) y cuando el representante chipriota accede a gravar también los depósitos por debajo de cien mil euros Schäuble dice que no es su problema de dónde saque el dinero siempre que lo saque. Nadie parece preocupado por las consecuencias que esa medida tendría más allá de Chipre. Todo se ha resuelto en la lógica intergubernamental y parece que tenemos un tema cerrado. La unanimidad con la que se cierra el acuerdo y las declaraciones de unos y otros cuando concluye la cumbre parecen ir en esa dirección (que si se muestra firmeza en la voluntad de mantener el euro, que si es doloroso pero inevitable, que si no es extrapolable lo que sucedió en Chipre a otros países, etc.).
La sorpresa viene cuando a las pocas horas se monta la que se monta. En contra de lo que seguramente pensaban Schäuble, Guindos, Dijsselbloem y demás, los ciudadanos de Europa, los bancos, los inversores, los analistas y casi todo el mundo no ven el problema chipriota como una cuestión meramente chipriota. En España, Italia y Portugal se siente una profunda empatía con los habitantes de la isla y los analistas destacan que se ha roto un tabú -la intangibilidad de los depósitos bancarios hasta cien mil euros- frente a lo que nadie se siente indiferente ni seguro. Lo que pasa en Chipre afecta a toda Europa, como debería ser evidente para quienes nos gobiernan. A las pocas horas tienen que reunirse, rectificar y ahora estamos metidos (y empleo la primera persona del plural de forma muy consciente) en un lío considerable.
¿Por qué este follón? Ya digo que no solo por torpeza. El mecanismo intergubernamental de toma de decisiones en Europa, desconociendo que hay una cosa que se llama Europa que es diferente de la suma de los Estados miembros tiene estas consecuencias. Hace años que planteo (y desde luego afortunadamente no soy el único) que Europa tiene que tener órganos decisorios con legitimidad directa, no indirecta a través de los Estados (aparte del enlace que colocaba más arriba pueden consultarse también estos otros: "La política exterior y Europa", "Lo de Bombay", "Política ficción" y "La verdadera naturaleza de Europa"). La ausencia de estos mecanismos suponía hace unos años la pérdida de oportunidades de progreso y el lento retroceso de Europa en el Mundo. Ahora ya conduce a situaciones desastrosas (véase, por ejemplo, la disparatada propuesta que se hizo para Grecia de convertir el sábado en un día laborable) o a una escenificación que roza el ridículo, como es el tratamiento de la crisis chipriota, un problema que para una entidad política que aún supone casi una cuarta parte del PIB mundial debería ser una bagatela y que se está convirtiendo en un quebradero de cabeza serio ya no por la torpeza, sino por las limitaciones evidentes de una estructura de toma de decisiones que es suicida.
Toca cambiar esto, cambiarlo rápido y cambiarlo bien. ¿Hay alguien al otro lado?

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