domingo, 17 de febrero de 2013

El Informe

Me he pasado un rato leyendo el Informe elaborado por los expertos convocados por el Ministro Wert para la reforma y mejora de la calidad y eficiencia del sistema universitario español. Hay algunas cosas que me han gustado y con las que estoy de acuerdo. Así, por ejemplo, cuando indica que "La actual burocracia de la universidad española no constituye un problema menor que pueda ignorarse: implica un enorme despilfarro de tiempo, medios y financiación" (p. 16) y en la misma línea, en la p. 69 se recomienda que "la ANECA simplifique el sistema actual de acreditación de títulos (programa VERIFICA), para evitar la generación de un alto grado de controles de calidad extenuantes que no aportan beneficios en forma de mejoras". También me gusta la propuesta de sustituir el actual sistema de acreditaciones para el acceso a la condición de Profesor Titular o Catedrático por un procedimiento que se asemeja bastante a las antiguas habilitaciones y coincido en la crítica que se hace al sistema actual que, como se indica, podría implicar la imposibilidad de que se acreditara como Catedrático en España algún galardonado con el premio Nobel (p. 31, n. núm. 30).



Estas coincidencias no impiden, sin embargo, que considere que en general el Informe me parezca claramente desenfocado y en más de un sentido decepcionante, porque en lugar de analizar con rigor y seriedad se pierde en tópicos y lugares comunes, algunos irrelevantes y otros claramente equivocados. En definitiva, es una muestra más de cómo se está abordando en España la permanente reforma universitaria desde hace décadas, una forma torpe que no contribuye en nada a mejorar y que tiene la virtualidad de estropear lo bueno (que no es poco) que tenemos en nuestro sistema universitario (en el SUE, Sistema Universitario Español, que es como se denomina a lo largo del informe).
El Informe comienza con una presentación del SUE claramente orientada a mostrarlo como deficiente y lleno de vicios internos. Se incide en su falta de calidad y se achaca esta no a la falta de financiación (que también sale, es cierto) sino a la endogamia (alguien tendrá que definirla en relación al sistema universitario y explicar a la sociedad que no quiere decir que se contrate a los primos o hermanos de los profesores universitarios, sino que endogamia en la universidad quiere decir que -y ese es el gran pecado- que se pretende que quienes se han formado en una determinada universidad obtengan plaza de profesor en esa misma universidad) y a que la universidad se organiza para servirse a si misma y no a la sociedad (p. 8).
Evidentemente las afirmaciones sobre la endogamia y la presunta orientación "autoreferencial" de la Universidad no están ni demostradas ni siquiera argumentadas, por lo que aquí no me detendré en ellas más que para decir que en la universidad, como en todos los sitios, en ocasiones te encuentras con personas que pretenden proteger tan solo sus propios intereses, pero que afortunadamente son muchas más las que se esfuerzan por hacer bien su trabajo y conseguir que los estudiantes y la sociedad en su conjunto salgan beneficiados. Si realmente en la Universidad estuviéramos pensando solamente en nuestro propio interés ¿habríamos hecho el esfuerzo de modificar títulos, pedir proyectos de investigación, dirigir tesis doctorales u organizar cursos que en nada incrementan el salario que se cobra a final de mes? Se trata de acusaciones tan absurdas que ni siquiera merece la pena comentarlas.
Centrémonos por tanto en el tema de la calidad de las Universidades. El Informe se basa en tres criterios para mantener la escasa calidad del SUE. Por una parte se fija en la poca empleabilidad de nuestros titulados (p. 8), por otra en la ausencia de Premios Nobel "científicos" y en la mala posición de las universidades españolas en los rankings internacionales (p. 7). Me parece que se trata de indicadores poco adecuados. En lo que se refiere a la empleabilidad, y tal como expliqué hace unos meses de forma más detallada, se trata de un problema de la estructura económica española y no de la universidad, como muestra que en estos momentos de crisis nuestros "defectuosamente formados" titulados encuentren trabajo en Alemania, Holanda, Estados Unidos, el Reino Unido, etc. Resultaría chocante que la formación que ofrecemos sea suficiente para las empresas de estos países y, sin embargo, inadecuada para las empresas españolas ¿dónde estará realmente el problema?
El tema de los premios Nobel llama especialmente la atención. Parece casi puesto a calzador para contrarrestar un dato que no tiene refutación: la producción científica española es acorde con el tamaño del país [el Informe se hace eco de este dato (p. 14, n. núm. 15), aunque solamente para despreciarlo con displicencia]. A partir de aquí el Informe dice que lo que cuenta no es el número de artículos, sino la calidad e influencia de los mismos. Cierto, pero eso no anula lo anterior. Si el número de artículos publicados en España es el que se corresponde con el tamaño del país y superior al que sería esperable a partir de la inversión que se realiza en España en investigación ¿por qué no se profundiza en las causas de que esa producción no implique una mejor situación de las universidades españolas en los rankings internacionales o en los premios Nobel concedidos? Más adelante me ocuparé del tema de los rankings universitarios; ahora me centraré en el otro tema que tanto parece preocupar al grupo de expertos: la escasez de premios Nobel españoles.



En primer lugar, llama la atención que si se va a utilizar como criterio para medir la calidad se emplee con tan poco rigor. Así, se indica que en España tan solo se ha obtenido un premio Nobel "científico". Añado las comillas porque creo que en buena lógica podría discutirse la adecuación de ese término para diferenciar entre unos premios Nobel y otros, y especialmente en lo que se refiere al premio Nobel de Economía, que no sabría muy bien si catalogar entre los científicos o entre los no científicos. Aparte de esto no se incide lo suficiente en otro dato, y es el de que han sido cinco los premios Nobel de Literatura que han recibido autores españoles. Un premio Nobel de Literatura es tan premio Nobel como otro cualquiera, y en el SUE hay facultades de Filología, estudios sobre Literatura y, además, los ganadores de los premios Nobel de Literatura también se han formado en universidades (en muchos casos) y son susceptibles de ser profesores universitarios. El hecho de que en España podamos presumir de cinco premios Nobel de Literatura (seis si incluimos a Mario Vargas Llosa, quien también es español y desarrolló una parte importante de su carrera en España) ¿nos habilita a pensar que los estudios literarios de nuestras Universidades son de gran calidad? Y si es así ¿podrían ser tomados como modelo por otras Facultades con menos éxitos en la obtención de premios Nobel? El Informe pasa por alto todo esto que, sin embargo, debería ser considerado si realmente el número de premios Nobel fuera tan relevante. Adelanto algunas hipótesis que quizás puedan explicar esta falta de coherencia del Informe y que, además, pueden darnos algunas pistas sobre la auténtica consideración que tiene que recibir el número de premios Nobel como índice de calidad.
Por una parte, hemos de ser conscientes de que la "carrera hacia el Nobel" es muy diferente según el ámbito en el que nos movemos. Evidentemente no es lo mismo optar al premio Nobel de Literatura que al de la Paz o a un premio Nobel "científico" (y aquí admitiremos pulpo como animal de compañía y asumiremos que el premio Nobel de Economía se encuadra entre los "científicos"). Ahora bien, también la forma en que se puede optar al premio Nobel de Medicina diferirá sustancialmente de lo que hay que hacer para optar al de Química o al de Economía. En definitiva, cada área tiene sus particularidades y mezclar unas con otras se asemeja bastante a sumar peras con manzanas. Por otra parte allí donde tenemos una mayor experiencia en cuanto a premios, en la Literatura, somos plenamente conscientes de que la obtención o no del ansiado galardón tiene que ver muchas veces con factores que nada tienen que ver con la calidad de las universidades. Nuestra falta de proximidad con otros premios Nobel quizás nos dificulta entender que eso también pasa en otros ámbitos. En el caso del premio Nobel de Medicina seguramente no solamente es relevante la calidad del sistema universitario, sino también la de las instituciones sanitarias que permiten que circule con fluidez la información y las técnicas entre los laboratorios y las clínicas. Si estamos hablando del premio Nobel de Economía quizás no debamos escandalizarnos si consideramos que la potenciación de determinadas escuelas a través de mecanismos que van más allá de lo estrictamente académico (presencia en medios, influencia en foros económicos y políticos, etc.) puede tener también que ver con la concesión del Premio. En el caso de otros Premios Nobel seguramente también encontraremos factores que ayuden a explicar las razones de que algunos países acumulen premios y más premios mientras otros permanecen alejados sistemáticamente del galardón. En fin, no lo sé; pero si realmente se quiere utilizar el número de premios Nobel como criterio para santificar o condenar podría ser bueno profundizar en estos y otros aspectos y no quedarse puramente en el número.
Por otro lado, el número de premios Nobel puede ser útil para realizar un ranking de las mayores potencias en cuanto a investigación en el Mundo; pero quizás fuera bueno asumir que España está en la segunda división. Desde el año 2000 tan solo han recibido el premio Nobel de Física, por ejemplo, nacionales de Estados Unidos, Alemania, Rusia, Japón, Italia, Francia, Reino Unido y los Países Bajos (no tengo en cuenta los Estados de origen de los premiados, sino la nacionalidad que tenían cuando consiguieron el premio). ¿No resultará más útil una clasificación que pueda visualizar el lugar que ocupan los diferentes países del Mundo y no una que deja fuera a todos excepto a ocho? No es ésta la visión del Informe, que desprecia los datos de publicaciones realizadas por profesores de universidades españolas mediante un símil futbolístico (p. 35, n. núm. 38). Se mantiene que igual que lo que importa en un partido no son los pases sino los goles, lo que deberíamos considerar no es el número de trabajos, sino cuáles de estos son excelentes, hacen avanzar el conocimiento y conducen a patentes innovadoras. Siguiendo con la misma metáfora podríamos decir que los goles vienen prefigurados por los pases, y que si un equipo tiene la posesión de la pelota es más probable que acabe marcando goles. En definitiva, que los premios Nobel han de ser resultado de una mejora generalizada de la masa crítica investigadora, no un resultado buscado directamente, porque aparte de que la consecución del Nobel puede deberse tanto a factores extra-académicos como académicos, quizás sea más importante para un país mantener un buen nivel medio que no contar con uno, dos o tres premios Nobel en medio de un desierto.

En definitiva, que el hecho de que no se cuente con premios Nobel españoles (fuera de la Literatura, que tampoco se explica bien porque esto se considera irrelevante, como ya se ha apuntado) no dice gran cosa en sí mismo, como tampoco resultaba significativa la crítica sobre la empleabilidad de los graduados españoles. El tercer elemento que considera el Informe es la posición de las Universidades españolas en los rankings internacionales. De nuevo aquí el Informe se queda en el tópico sin profundizar, porque no basta (como se apunta) con ver qué miden los rankings (p. 7) sino que hay que fijarse también en cómo se mide lo que mide. Si realmente le damos importancia a los rankings podemos plantearnos como objetivo mejorar la posición de nuestras universidades en ellos; pero para eso hay que estudiar cómo se configuran tales rankings y proponer medidas concretas que se relacionen directa o indirectamente con los ítems que se tienen en consideración. Este ejercicio está completamente ausente del Informe y no tiene explicación, ya que es relativamente sencillo identificar medidas concretas que tendrían incidencia inmediata en la posición de las universidades españolas en los rankings internacionales. Yo mismo intenté este ejercicio hace unos meses sin más ánimo que proponer una profundización en esta metodología y me sorprendí al ver lo relativamente sencillo que es incidir en algunos indicadores que favorecen el ascenso en los rankings internacionales, a la vez que se apreciaba con nitidez como algunos de los parámetros que se utilizan poco tienen que ver con la calidad y sí con determinada posición de privilegio que las universidades anglosajonas han conseguido en tales rankings y que se mantiene de una forma poco justificada. No entraré aquí de nuevo en lo que allí planteaba, pero sí que me interesa destacar que me parece sorprendente que el grupo de expertos no hayan ido en este punto más allá de una genérica llamada a la excelencia que me parece de una extrema ingenuidad y de nula utilidad.

Puede entenderse ahora el escepticismo con el que abordé la lectura del resto del Informe, cuyo planteamiento inicial me había parecido tan endeble intelectualmente. Si lo que se quiere es analizar la situación de la universidad y las posibilidades de mejorar ésta debemos mirar a la universidad sin prejuicios e intentando ser rigurosos en el análisis, definir las premisas y también los objetivos. Este es un ejercicio que yo no he encontrado en ninguno de los múltiples documentos que se han dado a conocer en los últimos años sobre esta cuestión, y este Informe no supone tampoco una novedad en este punto. Falto de presupuestos conceptuales sólidos lo que sigue al planteamiento es una serie de reflexiones que pueden gustar más o menos, pero que carecen de estructura y coherencia. Como digo algunas me parecen acertadas, pero más por coincidencia con planteamientos y experiencias personales que porque vengan sustentadas por una rigurosa argumentación; y esto es predicable tanto de las propuestas sobre la selección del profesorado universitario como de las relativas a la diversificación de las universidades o a las ofertas de títulos.
No quisiera concluir este breve comentario sin referirme a lo que entiendo es un fallo significativo del documento. En él se dedica un apartado específico a las formas de selección del profesorado y se mantiene expresamente que "Una universidad vale, sobre todo, lo que vale su personal docente e investigador" (p. 11 y se repite varias veces a lo largo del documento). Podemos discutir sobre lo que quiere decir "valer" y, de nuevo, si nos situamos en la perspectiva de lo que valoran los rankings internacionales será cierto lo que señala el Informe, pues elemento clave en tales rankings es la producción científica de los profesores. Ahora bien, si lo que pretendemos medir es la calidad de lo que acaban sabiendo (perdón por utilizar este término tan antipedagógico: "saber") los estudiantes (de grado y de postgrado) que acuden a la universidad, descubriremos que más importante que la calidad de los profesores es la calidad de los alumnos. Cualquiera que haya tenido el más pequeño contacto con la docencia se habrá dado cuenta de que acaban "sabiendo" (perdón otra vez) más los mejores estudiantes que los peores, pese a que el profesor sea el mismo para todos. No es tampoco un secreto que las mejores universidades de Estados Unidos basan su prestigio en la calidad de sus estudiantes y que hacen un esfuerzo significativo por conseguir que el número de solicitudes de acceso sea alto para así poder seleccionar a los mejores estudiantes, que son quienes acabarán consolidando el prestigio de la universidad en el futuro. Desde este punto de vista quizás fuera bueno dedicar un espacio importante a la selección de los alumnos, al menos tan importante como el que se dedica a la selección de los profesores ya que para la calidad (real) del SUE tanto cuenta la selección de unos como de los otros.
En este sentido de incoherencias en la estructura del informe me llama la atención que, como no podía ser menos vistos los antecedentes, se dedique una importancia significativa al gobierno de las Universidades, pese a que no se haya justificado qué relación tiene directa o indirectamente dicho gobierno con la calidad del sistema (desde luego no se deriva de los rankings internacionales que la forma en que se organiza el gobierno de la universidad incida en la posición que ocupe la universidad en el ranking, me remito de nuevo a la entrada en este mismo blog de hace unos meses -"Sobre la gobernanza universitaria (II)"- para contrastar este extremo). Esta insistencia en el tema del gobierno de las universidades me preocupa, sobre todo si se vincula con la referencia que incluye el informe a la "desfuncionarización" del profesorado universitario (p. 30). Esta referencia a la desfuncionarización choca, ya que en el texto del Informe se indica que en la Europa continental el carácter funcionarial del profesorado universitario no parece suponer ningún problema para la calidad del sistema (p. 19); es decir, no parece que influya negativamente en la calidad del sistema el que los profesores sean funcionarios ¿por qué entonces esta insistencia en este tema obviando otros de gran relevancia para que la calidad del sistema (al menos la calidad que reflejan los indicadores de los rankings internacionales)?
Como ya escribí hace meses ["Sobre la gobernanza universitaria (III)"] la preocupación por el gobierno de la universidad y la desfuncionarización de los profesores parece más orientada a dominar la universidad que a mejorar la calidad del SUE. Profesores que pueden ser despedidos y gobierno de la universidad controlado por agentes externos puede ser el mecanismo perfecto para callar una voz que puede ser molesta. Algo de esto debe de haber cuando dos de los integrantes del grupo de expertos plantearon un voto particular (addenda) en relación a este punto en el que, precisamente, inciden en los riesgos que la desfuncionarización pudiera tener en la libertad de cátedra. Parece, por tanto, que esta preocupación no es particular o individual, sino que puede responder a algo más profundo. Deberíamos planteárnoslo con seriedad desde las universidades y no dejarnos enredar por llamadas muchas veces poco sólidas a la "excelencia", "la flexibilidad", "la calidad" o "la rendición de cuentas".

(Imagen de "Los Siete de Gotinga" -entre ellos los Hermanos Grimm- cuya destitución en 1837 dio origen a la construcción dogmática de la libertad de cátedra en Alemania, tal como se explica en la addenda al Informe firmada por Oscar Alzaga Villaamil y Mariola Urrea Corres, p. 7 n. núm. 3)


La universidad ha de intentar siempre mejorar y para ello ha de cuestionarse permanentemente; ahora bien, sin renunciar a la independencia, a su condición de elemento crítico en la sociedad y a la libertad de su personal docente e investigador. Hemos de plantearnos objetivos concretos que cuenten con el consenso social e identificar los mecanismos necesarios para conseguirlos. Los discursos vacíos a los que estamos acostumbrados últimamente en el mejor de los casos son inútiles, con frecuencia nos hacen perder un tiempo maravilloso (como el que estoy perdiendo yo ahora) y en el peor de los supuestos (pero no descartable) son una maniobra para desmantelar la universidad y acabar con un molesto foco de crítica.