jueves, 30 de octubre de 2008

Dioses


Los dioses le arrojaron a un bosque oscuro,

y se escondieron.

Los buscaba; pensaba que ellos jugaban.

Todo le recordaba su casa,

donde nunca había estado.

Una hoja era una real barcaza.

El viento traía el aire del Olimpo,

de la nieve virgen y blanca.

El sol hacía brillar un palacio de oro,

con jardines eternos,

vagos atardeceres

y rincones amenos.

Y, sobre todo, el amor,

multiplicador.

Esperaba con el corazón henchido,

latiendo.

Noventa y nueve, cien.

Despertó

en el silencio

de aquel bosque oscuro

de su nacimiento.

Y entonces supo

que no era un juego.



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