miércoles, 6 de agosto de 2008

Pensamiento crítico, pensamiento dogmático

Estoy un tanto preocupado. Hablaba el otro día con un chico de quince años (tercero de la ESO), y me comentaba que en el Instituto habían dedicado una semana al tema del cambio climático. Les habían pasado la película de Al Gore, les habían comentado los peligros del calentamiento global, las emisiones de dióxido de carbono, los males de la energía nuclear y las bondades de las energías solar y eólica. Le pregunté si les habían hablado de aquellas teorías científicas que sostienes que el calentamiento global no es responsabilidad del hombre, sino un fenómeno "natural". Me miró extrañadísimo y me dijo que no. Le pregunté si les habían comentado aquellas posiciones que mantienen que el cambio climático es irreversible y que, hagamos lo que hagamos, nos enfrentamos, al cabo de unas pocas décadas, a una crisis medioambiental de grandes dimensiones. Me dijo que tampoco les habían explicado nada de eso. En resumen, no les habían dicho nada que se apartara del pensamiento políticamente correcto: existe un problema medioambiental causado por el hombre y existen maneras de reconducir la situación; para ello debemos reducir las emisiones de dióxido de carbono, eliminar las centrales nucleares y echarnos en los brazos de las energías "limpias".
Yo no es que defienda las teorías que sostienen que el cambio climático no es obra del hombre, ni tampoco aquéllas que mantienen que el cambio es irreversible; tampoco puedo defender la tesis mayoritariamente reconocida pues no soy científico, no conozco el tema y carezco, por tanto, de argumentos para poder tener opinión fundada sobre el asunto. Me sorprendió, sin embargo, que mi interlocutor de quince años lo tuviera tan claro. Cuando le apuntaba -en plan abogado del diablo- que había habido otras etapas cálidas en la Tierra y le ponía el ejemplo de la colonización de Groenlandia entre los siglos XI y XV me decía que eso no implicaba nada y que estaba claro que la acción del hombre era clave en el cambio climático y añadía que los que sostuvieran otra cosa mentían. Después de varios intentos de hacer tambalear su fé me acabó diciendo que si es verdad que había tantas dudas, mejor que la gente no lo supiera porque podrían dejar de hacer lo que tienen que hacer (ahorrar combustible, manifestarse contra las nucleares, consumir solamente papel reciclado, etc.).




Llegados a este punto lo que menos me importaba ya era el cambio climático (aunque sea un tema importante) sino la forma en que se está educando a los jóvenes. En vez de potenciar el pensamiento crítico, el debate y el intercambio de ideas se parte del adoctrinamiento a través de eslogans fáciles de recordar. Lo que he contado es una anécdota, por supuesto, pero me llegan más indicios en este sentido, indicios de que las nuevas generaciones están llenas de seguridades asentadas en el vacío y que carecen de la capacidad de pensar críticamente, cuestionar el pensamiento dominante y sacar sus propias conclusiones.
Es un mal generalizado. Muchas veces se critica la falta de profundidad del discurso político, la falta de matices en los debates, la falta de ideas más allá de los tópicos. Mi impresión es que la educación profundiza en este carencia. Estoy sorprendido por ello, sorprendido y preocupado.

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