viernes, 27 de junio de 2008

Divertimento

Tan fuerte el viento soplaba aquel día
que a este mundo terrenal devolvió
un alma que hacia el cielo ya subía.
¡Pobre alma! En un cuerpo se metió
que por azar a la vida venía.
El golpe que en el culo recibió
le hizo saber que de nuevo vivía.
Gritó por lo triste que se sintió.
Los recuerdos ya han desaparecido
del día en que el alma libre volaba
a la vez que una mujer, con quejido,
en este mundo su cuerpo entregaba.
Pero sabe por su pecho encogido
que algo pasó cuando el viento soplaba.

sábado, 14 de junio de 2008

Iceman v. Maximun attack



Casi todo el mundo ha sufrido un percance de tráfico, o al menos ha sido testigo del mismo. Un pequeño choque, un bollo, un faro roto. Nada importante, pero, con demasiada frecuencia, este tipo de incidentes concluye con una discusión, palabras en tono elevado o, incluso, algún que otro agarrón. Ocasiones ha habido en el que en el curso de la discusión armas de fuego han salido de las guanteras... No sería, quizás, mala idea alguna campaña para tranquilizar los ánimos de quienes se ven envueltos en estos accidentes, más peligrosos en ocasiones por los reproches que se cruzan los conductores que por la colisión misma.
Si se emprendiera una campaña como esta que propongo el vídeo de la colisión entre Hamilton y Raikkonen en el último gran premio de Canadá podría resultar útil. Rebobinemos: Hamilton lidera la carrera, Kubica y Raikkonen le siguen. Estamos en la vuelta 17 y un accidente obliga a salir al coche de seguridad. Los pilotos que lideran la carrera entran en boxes a repostar. El repostaje de Raikkonen es más rápido que el de Hamilton y el finlandés se coloca en la calle del pit lane por delante del inglés. Al final de la calle el semáforo está rojo. Raikkonen se detiene y junto a el Kubica, que también ha adelantado a Hamilton. Éste viene por detras, seguramente enfadado por haber perdido el liderato, e, inexplicablemente, ni ve la luz roja del semáforo ni a los coches que tiene delante. Cuando quiere frenar es tarde y se lleva por delante a Raikkonen. La parte delantera del coche del de McLaren y la trasera del de Ferrari quedan destrozadas. Ambos fuera de carrera.
Me imagino a los miles, millones de ferraristas en todo el mundo en aquel momento. Me los imagino levantándose de sus asientos de un salto, profiriendo improperios contra el inglés en todas las variadas lenguas que utilizan los seguidores de la escudería del "cavallino". No pocos habrían estrangulado en aquel momento a Hamilton si lo tuvieran cerca. Casi los veo de pie frente al televisor con las manos como garfios rodeando el aire e imaginando que es el cuello del inglés el que tocan. En fin, todas las manifestaciones del forofismo deportivo.
Esto es lo que en aquel momento, hacia las 1930 cet del domingo 8 de junio, tantas personas hacen frente a su televisor enfundados en camisetas, gorras y bufandas de Ferrari. Y en ese mismo momento en Canadá Raikkonen sale de su coche, que ha dejado apartado a un lado de la salida del pit lane, se dirige tranquilamente caminando hacia su box y al pasar junto a Hamilton se limita a hacerle el típico gesto de pinza con los dedos que todo automovilista entiende como una referencia a la luz, en este caso a la luz del semáforo que Raikkonen señala a Hamilton con su brazo. Cuando vi la escena por televisión me pareción que Raikkonen, incluso, parecía forzarse a decir algo o hacer algo respecto a Hamilton. Algo así como si pensara: "no puede ser que este tipo me haya desgraciado la carrera de una manera tan tonta y no le diga nada. Algo tendré que hacer. No es lógico que -como me apetece- pase a su lado tranquilamente y le ignore como si formara parte de la decoración". Quizá en aquel momento Raikkonen pensó en sus ingenieros y mecánicos, en los trabajadores de Ferrari y Fiat y en los millones de seguidores que tiene por todo el mundo y en atención a todos ellos se dignó a mostrar su disgusto, aunque fuera mínimamente. Me da la sensación de que por él no le habría dicho nada a Hamilton.
Y es que el Raikkonen que vemos en los circuitos es un piloto muy especial. Le llaman Iceman, pero el apelativo encaja muy mal con su forma de conducir. Impulsivo, rápido, siempre buscando los límites. En alguna ocasión esta táctica del maximum attack no le ha salido bien y ha perdido puntos importantes por intentar siempre ir más rápido. Me lo imagino bajo su casco con los ojos fijos, concentrados, dominado por el ansia de ir rápido, un ansia que se sobrepone a la ambición de luchar por podios o por ganar carreras o, incluso, por ser campeón del mundo.
Esta rabia, esta vitalidad al volante se convierte en calma como por arte de magia cuando se baja del coche. El mismo piloto que enlazaría curvas de forma inverosímil en cuanto el semáforo se pusiera verde se convierte en un tipo gélido, casi apático en cuanto sus pies tocan el asfalto. Es curioso, muy curioso... un tipo interesante Raikkonen.
Este incidente que acabo de repasar es lo que más me ha llamado la atención del Gran Premio de Canadá. Tras la extraña carrera de Mónaco nos hemos encontrado, inesperadamente, con otro gran premio en el que es difícil sacar conclusiones. Hamilton fue rápido en calificación y carrera hasta su accidente; pero nos queda la duda de las cargas de combustible que llevaba cada uno. Ferrari, que parecía destinado a dominar hace unas carreras, no mostró una gran superioridad. Massa se limitó a deambular en la calificación y aunque en carrera estuvo brillante no dio la impresión de ser un posible campeón. McLaren estuvo rápido con Hamilton como digo, pero Kovalainen no dio muestras de disponer de un coche ganador. Los BMW dominaron, es claro, pero también es cristalino que sin el choque entre Hamilton y Raikkonen no hubieran hecho doblete.
En definitiva, mucha igualdad, alternancia en el dominio de los equipos punteros y la permanente amenaza de la "segunda división", capaz en cualquier momento de dar un susto a Ferrari, McLaren y BMW. El mundial más divertido de los últimos años, sin duda.

jueves, 12 de junio de 2008

Tristeza

Un mundo
desnudo de palabras.
Un niño
sentado a la puerta.
Espera.
Una calle,
en un barrio,
en una ciudad
de cemento
de almas atrapadas,
cansadas.
Un niño que espera
sentado a la puerta
de una casa
cualquiera.
Tarde de cielo gris.
Hora de nada.
Mira la calle
para verla
cuando llegue
con su falda,
sus caderas,
su sonrisa,
blanca y fresca;
para besarla
y olerla
y quererla.
Y tiene la esperanza
de que la noche
no venga
y hoy pueda verla.
Pero llegan
y se lo llevan
y en el coche piensa:
¿y si es verdad
y está muerta?
mientras
las sirenas suenan.

domingo, 8 de junio de 2008

Lo que opinan los expertos


Leído en la p. 37 del suplemento de Negocios de El País publicado hoy, 8 de junio:
"El Euríbor a 12 meses está por encima del 5,4%. Cómo evolucionará en los próximos meses es un misterio: a decir de los expertos puede mantenerse, bajar a final de año o simplemente subir (el BCE acaba de abrir de nuevo esta posibilidad) si arrecian los problemas de inflación."
Nunca había pensado que era tan fácil ser un experto en Economía. Resulta que los expertos nos dicen que el Euribor puede "mantenerse, bajar a final de año o simplemente subir". Pues hasta ahí llegaba yo; esta claro -por mera lógica- que las únicas tres posibilidades que hay son que se mantenga, suba o baje. Mérito tendría encontrar una cuarta posibilidad. Esta cuarta posibilidad es la que a mí no se me ocurre; pero las tres anteriores no creo que tengan duda. A mi lo que me gustaría es que alguien me dijera cuál de esas tres posibilidades se convertirá en realidad, o, al menos, cuál se puede descartar. Ahí sí que veo mérito; pero vamos, perder dos líneas de periódico en decir que el Euribor o se mantendrá o subirá o bajará me parece un desperdicio. Pero, espera... a lo mejor no es que sea sólo cosa de El País, a lo mejor es que hay sesudos informes económicos de docenas de páginas, llenos de gráficos y ecuaciones que llegan a la misma conclusión: "después de haber proyectado sobre la situación actual las ecuaciones de Heinz - Kelvin; y teniendo en cuenta los distintos escenarios posibles a partir de los métodos estadísticos estándar podemos concluir que, con un margen de error inferior al 5% el Euribor se mantendrá en los niveles actuales, salvo que se produzca un descenso no inmediato del indicador o, en función de la política monetaria del BCE, asistamos a un incremento progresivo de los intereses interbancarios."
La verdad es que estoy un poco cansado de las previsiones de los economistas. Acabo, por curiosidad, de comprobar la previsión que realizó el FMI en septiembre de 2006 sobre la inflación en España en el año 2007. La previsión del FMI fue del 3,4% (El País, 14 de septiembre de 2006). La realidad es que la inflación en España en el año 2007 fue del 4,2% (http://www.ine.es/daco/daco42/daco421/ipc1207.pdf). El error puede parece pequeño (0.8%); pero en realidad es grande. Es el mismo que tendría quien al redactar un presupuesto fija el coste de la obra en 34000 € y luego resulta que el coste real es de 42000 €. El porcentaje de error del contratista del ejemplo y del FMI es el mismo, un 23%.
Me gustaría seguir buscando ejemplos de previsiones económicas y contrastarlos con lo que luego pasó en realidad; pero ahora me empieza a doler la cabeza y creo que voy a dejarlo. Como muestra creo que vale.

martes, 3 de junio de 2008

Amor



Leí esta historia cuando estaba en tercero o cuarto de básica. El libro que la recogía se llamaba "Senda" y era marrón. No me acuerdo de nada más. En todos estos años no la he olvidado y ahora la contaré aquí de la mejor manera que pueda, pues solamente he retenido sus elementos principales.

Poco después de la muerte de Francisco de Asís unos hermanos de su orden llegaron a un pueblo con el ánimo de establecerse. Consiguieron permiso para roturar un pequeño terreno en un bosque situado junto al pueblo en una colina y construyeron una casa.
Los necesitados del lugar se acercaban al convento en busca de socorro, pero los hermanos franciscanos sabían que había algunos que no podían llegarse hasta la colina en la que vivían. Para remediar esto el superior decidió que un hermano bajara cada día al pueblo llevando viandas que aliviaran a los más necesitados. No se conserva el nombre del designado para esta misión -que es el protagonista de nuestra historia-, pero nosotros podemos llamarle Juan.
La mañana que comenzaba su ministerio, Juan bajó al pueblo cargado con hogazas de pan destinadas a los más necesitados. Se pasó el día ayudando a unos y a otros, comiendo apenas algunas migajas de los panes que llevaba, y al caer la tarde emprendió, cansado el viaje de regreso al convento.
La subida era difícil, y más después de un día de trabajo sin descanso. El aire faltaba en los pulmones, el sudor caía y la garganta estaba seca. Juan sabía que hacia la mitad de la colina había una pequeña fuente y desvió sus pasos hacia ella con el fin de poder beber y reponerse antes de emprender el último tramo de su viaje. Cuando llegó a la fuente sus ojos se iluminaron al reparar en lo cristalino del agua, en el frescor que se adivinaba en aquel líquido que emergía entre hierbas y piedra. Metió en la fuente el cuenco que llevaba siempre colgado de su cintura y acercó el agua a su boca.
Cuando ya iba a beber reparó en que ofrecer su sed al Cielo en ofrenda podía ser un bello sacrificio. Así que, sosteniendo con una mano el cuenco, introdujo la otra en él para sentir el frescor del agua. Reconfortado de esta forma devolvió el agua que había recogido a la fuente. Entoces miró al cielo y vio que un lucero se había encendido. Conocedor como era de las señales del Altísimo supo que su sacrificio había complacido a Dios.
Al día siguiente Juan volvió al pueblo por la mañana y pasó allí el día ayudando a los menesterosos. Al regresar a la tarde volvió a acercarse a la fuente y, como el día anterior, se limitó a sentir el frescor del agua en su mano sin llegar a beberla. Al igual que había sucedido la víspera, cuando miró al cielo antes de reemprender su camino vió como un lucero se encendía. Sonrió y regresó al convento.
Pasaron muchos años y los días de Juan se repetían sin variar. Cada mañana bajaba al pueblo, socorría a los necesitados y a la tarde regresaba al convento parándose en la fuente. Dejaba que el agua acariciara su mano y un lucero cada tarde le anunciaba que su sacrificio había sido recogido en el Cielo.
Sucedió que, cuando Juan ya estaba cerca de la vejez, el superior del convento creyó apropiado que un novicio le acompañara para que aprendiera la forma en que debía obrar en el auxilio a los necesitados del pueblo. Juan accedió a compartir el día con el joven franciscano y éste estuvo encantado de convertirse en ayudante del hermano Juan, uno de los franciscanos más queridos y respetados en la comunidad.
Pasaron juntos el día en el pueblo y a la tarde iniciaron la vuelta al convento. El día era caluroso y ambos estaban cansados, más incluso el novicio que Juan, ya que aquél no estaba acostumbrado, como éste, a la jornada.
Juan encaminó sus pasos como siempre a la fuente. Ya estaban cerca de ella cuando el novicio la vio. Al identificar entre las rocas y hierbas el agua fresca que surgía de la tierra el joven franciscano no pudo evitar una exclamación de satisfacción: "¡una fuente!" -dijo- "El señor la ha puesto en nuestro camino para que saciemos esta sed que sufrimos" - añadió.
El novicio no dijo más y se guardó mucho de precipitarse hacia la fuente, dejando que fuera Juan quien primero bebiera. Éste sonrió sin decir nada y se acercó a aquella fuente que tan bien conocía. Como cada tarde introdujo el cuenco para repetir el ritual que le había acompañado tantos años. Recogió el agua y metió su mano en el cuenco para sentir su frescor y luego devolverla al manantial "¿Se encenderá hoy de nuevo un lucero?" - pensó- "Quizá el último de mi larga vida".
Antes de vaciar el cuenco miró Juan a su aprendiz, dispuesto para la última lección del día. Vio el rostro sudoroso del muchacho y la leve ansiedad que reflejaba su mirada y, entonces, Juan, enternecido, por primera vez en todos sus años en el convento, acercó aquel agua a su boca y bebió tranquilamente del fruto de la fuente. Apenas había concluido y ya el novicio metía su propio cuenco en el manantial, satisfecho por aquel regalo del Señor.
Juan no dijo nada. Mientras ajustaba el cuenco en su cinto contempló sereno el azul del anochecer y vio como, en aquel momento, dos luceros se encendían en el Cielo.